La muerte es fea. No importa si alguien muere después de una larga pelea con la enfermedad o si muere pacíficamente mientras duerme, los que quedan atrás lloran su fallecimiento y se nota su ausencia.
La muerte sería abrumadora si no fuera por el hecho de que, para el creyente, Cristo ha transformado completamente la muerte. La muerte no es el fin. Para aquellos que son parte de la familia eterna de Cristo, la muerte es más bien el comienzo de una vida nueva y mejor, en la que el difunto ha triunfado sobre el pecado y sus consecuencias. Los cristianos tienen una familia para siempre. Esperamos reunirnos con hermanos y hermanas en la fe que murieron mas temprano que nosotros. En la adoración de esta semana, celebramos a los Santos Triunfantes, aquellos creyentes que murieron y fueron recibidos en su verdadero hogar con Jesús.